Solo se oía la silenciosa respiración de un niño dormido. Al verlo con más atención, uno se da cuenta de que está en la edad de empezar a crecer, pero no en dejar de ser un niño. A juzgar por lo cortas que le quedaban las mangas del pijama, estaba creciendo, tendría unos once años. Pero si nos fijamos en su cara, parece un niño de unos ocho años: tenía unas abultadas mejillas rosadas y, si estuviera sonriendo, unos hoyuelos de niño travieso. Pero si vemos su habitación nos damos cuenta de que es la del niño de doce años que no quiere crecer: todo lleno de juguetes y de posters variados. Dan tenía doce años, pero no es tan importante.
Lo importante es lo que pasó cuando despertó. Era entrada la noche cuando un resplandor de luz verde-blanca iluminó el cuarto de Dan. Solo duró unos segundos, pero el niño se despertó.
Dan era un chico curioso, y estaba seguro de lo que había visto. Se levantó despacio como para no despertar a sus padres si estuvieran en casa, pero aún no habían vuelto. Se puso en pie, descalzo, y pisándose la parte de abajo de su pijama azul de planetas. Pero como no sabía qué tenía que mirar y como cualquier chico normal, volvió a la cama.
El resplandor se repitió. Venía de su armario.
Lo que era una noche normal ahora le daba miedo. Lentamente alcanzó su armario y tiró de la puerta. Todo era normal, había ropa, juegos y cosas de niños.
Solo que ese no era su armario.
Habría pensado que se trataba de un error, que su madre habría limpiado su armario porque hacía falta, pero no. Ese era mucho más grande, no había nada suyo ahí, e incluso olía diferente. Por supuesto se dio cuenta de que era el armario de un niño, pero no era el suyo.
Un niño normal es impulsivo. Un niño más maduro piensa las cosas antes de hacerlas. Pero por desgracia, Dan demostró pertenecer al primer grupo cuando se metió en el enorme armario para explorarlo. Y como había visto muchas películas, o muy pocas, cerró la puerta con él dentro.
Nadie sabe cómo, pero tras otro resplandor de luz desde dentro a Dan por fin le entró miedo. Decidió salir y le costó abrir la puerta, era más pesada de lo que pensaba. Y al salir torpemente a su habitación se llevó la siguiente sorpresa: no estaba en su habitación.
La decoración se parecía a la del armario del que acababa de salir, no había duda de que esa era la habitación del dueño del armario. Lo segundo que notó fue que era de día, pero sabía que en su casa era de noche. Esto, y no el hecho de estar en la habitación de un niño desconocido, fue lo que le hizo por fin entrar en pánico. Esta vez volvió a demostrar que era de esos niños impulsivos cuando se lanzó directo al armario, cuya puerta era más pesada de lo que pensaba, y entró en el momento en el que el resplandor volvía a iluminar la habitación con tal fuerza cegadora que Dan no pudo ver el interior del armario hacia el que se lanzaba.
Y cuando la luz se fue, solo había oscuridad. Estaba cayendo. Pensó que se había quedado ciego pero vio la puerta abierta del armario muy por encima de él. No había duda, estaba cayendo al vacío. Por más que gritó, nunca más se le volvió a oír.






